Monday, August 06, 2012

Despedida a Lincoyán Berriós, Fernando Ortiz y Horacio Zepeda.

“Hoy vuelvo a tu memoria clandestina, allí donde una vez se abrió la tierra…”


Aquí estamos, padre nuestro: después de tantos años de espera, ayer hemos recibido tus restos para devolverlos a la tierra, la misma tierra que desde las profundidades de la mina en Cuesta Barriga guardó tus pequeños huesitos para que los encontráramos, para que los reconociéramos y para que los cobijáramos cariñosamente.

Con mi madre y mis hermanos, queremos hablar de ti desde la vida, porque sentimos que esa es la herencia más hermosa que nos dejaste: fuiste un hombre que por sobre todo, amó la vida y de tanto amarla, la entregó generoso en pos de la libertad y la democracia para tu pueblo.

Entonces, mi papito amado, quiero hablarte desde mis emociones y desde todos los lugares que me unen a ti.

Voy a hablarte como mi compañero de ideales y de militancia, porque de ti aprendimos a abrazar la causa de la justicia y los sueños de construir una patria más justa para todos, especialmente para los más sencillos.

Te veíamos entregarte por entero a tu trabajo como dirigente sindical, cuántas veces nos alegramos contigo por cada lucha ganada, como cuando llegabas después de alguna elección, cansado pero feliz de haber logrado el triunfo de tus proyectos.

Fuimos parte también de los momentos duros, cuando no quedaba otro camino de consecuencia que el de unirse a la lucha clandestina por la recuperación de la democracia. Me acuerdo del día en que volviste a la casa y nos contaste que te habían contactado del Partido para integrarte al trabajo de la dirección. Estabas tan emocionado que lloraste y nos hiciste sentir el compromiso enorme de esa decisión, pero no desde el miedo, sino desde el amor.

Esa fue una decisión de un profundo contenido ético, tú sabías los riesgos a los que te enfrentabas. Esa opción marcó tu entrega. Y aún cuando hoy día hablamos de ti como una de las tantas víctimas de la acción criminal de la dictadura, te reconocemos por sobre todo como un activo luchador por la democracia y nos sentimos orgullosos de tu actuar. Eres nuestro viejo comunista.

Quiero hablar de ti también como el hombre que fuiste, alegre, cariñoso, coqueto, porque tenías mucho arrastre entre las compañeras. Hablar de ti como fanático del Colo Colo, que disfrutaba a concho las idas al estadio a ver a su equipo. Seguramente estarías muy contento de saber que varios de tus nietos siguieron tus pasos en este cariño.

Hablar de ese hombre gozoso, que gustaba de compartir con su familia y sus amigos, de ese que cada vez que hacía un brindis con una buena copa de vino, hacía la declaración de amor más hermosa hacia mi madre, diciéndole “por sus ojos” y ella te respondía “que son suyos”.

O del padre que nos invitaba a la lectura, a escuchar música por el puro placer de adentrarse en otros mundos. Y ese legado está en tus nietos, músicos, poetas, artistas, creadores.

Quiero hablarte como hija, hablar también por mis hermanos. Han pasado casi 36 años y estamos todavía con todo nuestro amor hacia ti, con la tremenda necesidad de tu ternura, de tu cariño, de tu protección. Con un vacío en el cuerpo y en el alma, que hoy al encontrarte se va llenando y que ha estado a veces menos visible, o que hemos sentido menos cuando nos han acompañado los amigos que hoy son parte de nuestra gran familia.

¿Qué nos dirías, viejo, hoy día? ¿Qué conversaciones tendríamos sobre la vida, los hijos, el amor, la historia, los ideales, la militancia? ¿Sobre qué libros comentaríamos? ¿Qué música disfrutaríamos cualquier tarde de domingo? ¿Qué pretexto buscaríamos para celebrar y brindar?

Te hablamos desde el corazón, viejo comunista. Queremos decirte cómo nos hubiera gustado que nos abrazaras el día que terminamos el colegio. Que hubieses estado con nosotros cuando armamos nuestras propias familias. Que hubieras ido a conocer a tus nietas y nietos recién nacidos, al Hospital. Que disfrutaras con ellos, que te vieras en sus risas, en sus cantos, en sus gestos. Que celebraras cuando terminamos la universidad. Cómo nos hubiese gustado tener a al papá…La pena esta aquí, escondida, más pequeñita quizás, pero aún duele tu ausencia.

Nos gusta pensar, papá, que la semilla que sembraste, hoy día brota y florece en nuestros hijos. Al verlos, sentimos que la vida ganó la batalla, son ellos los que hacen florecer nuevas primaveras y recogen tu legado. Te imaginamos feliz participando de las marchas estudiantiles, seguro andarías por ahí con los abuelos exigiendo el fin al lucro. También te imaginamos discutiendo de política con ellos, reclamando de sus críticas o a lo mejor diciéndoles que se cortaran el pelo o que no se lo tiñeran de tantos colores, pero en el fondo, henchido de orgullo por las bellas personas que son.

Eso eres en nuestras vidas, Lincoyán, eres el compañero amoroso, el padre, el abuelo, el militante, el amigo.

Por eso, cuando termina esta larga espera y nos volvemos a encontrar contigo, hoy día que cerramos una etapa necesaria como familia, junto con declararte nuestro amor y lo orgullosos que estamos por tu herencia de vida, queremos reconocerte también como un luchador, verdadero héroe de la democracia. Y contigo reconocer a los Fernando, a Horacio, a Waldo, a Armando, a Héctor, a Reynalda, a Lizandro, a Santiago, a Luis, a Edras, a Carlos, a Angel, a Víctor Díaz, y en ellos a todos los hombres y mujeres que dieron su vida por un Chile más justo.

Ofrecemos a nuestras hermanas y hermanos que aún no encuentran a sus padres, este rito de supultación, a aquellos con quienes formamos la familia de los 13, detenidos en diciembre de 1976, también a los Juica, a las Zamorano, a los Muñoz, a todos los que todavía esperan…

Hace unos años, mi hermano Pancho, te escribió una obra musical, El roble blanco (en mapusungun Lincoyán quiere decir roble blanco). En esta despedida, que es también un re-encuentro, quiero compartir un texto que refleja el sentir de nuestra familia:


“Hoy vuelvo a tu memoria clandestina,

allí donde una vez se abrió la tierra,

sepulto este dolor que fue mi espina,

que nazca un nuevo sol desde estas piedras.

Hoy quiero agradecerte por la vida

que diste por los hombres, por su luz,

mis ojos son tus ojos, sangre mía,

te bajo con mis manos de la cruz.

Descansa Lincoyán, padre y abuelo,

tus ramas crecen firmes hacia el cielo.

Descansa Roble Blanco, alza tu vuelo,

tus hojas van cayendo aquí en mi pecho.”


Te amo, papá...

¡LINCOYAN BERRIOS, PRESENTE, AHORA Y SIEMPRE…!

De su hija, Marisol Berríos González, Santiago, Sábado 28 de julio de 2012. Memorial de los Detenidos Desaparecidos. Cementerio General.